Dado que nuestro vuelo salía a las 7 de la mañana y tendríamos que salir de Sqn Francisco a las tres como muy tarde, decidimos que no era muy buena idea pagar un hostal para hoy. Así nos vimos desde primera hora, vagando sin destino, sin un sitio al que volver para descansar o dejar las compras, en mitad de una ciudad en la que hay más indigentes que turistas. No podíamos haber elegido un sitio más apropiado.
En la gran parte de California se prohíbe la mendicidad, sentarse en las calles o tumbarse en los parques, razón por la que las personas que desean, o necesitan hacer algo de lo anterior, se hacinan en esta ciudad, más transigente. De igual manera, todos los que tiene problemas con las drogas o con el sida, acuden a San Francisco para recibir algún apoyo.
El resultado es una ciudad confusa, un Varanasi a la americana, en la que se dan cita los Sadús occidentales, mezcla de pordioseros y predicadores (aquí más de lo primero que de lo segundo). Desde la cristalera dee nuestro restaurante en Little Italy, en el que hemos comido la mejor pizza del viaje, hemos visto probablemente los individuos más curiosos de la ciudad, desde un señor con una falda rosa, hasta un grupo de Franciscanos, pasando por un motero vestido como una adolescente. El desfile ha sido para recordar.
Después de la comida ya no nos quedaban cosas que hacer, y nos hemos visto buscando un sitio caliente, o un parque en el que tumbarnos. Nuestra última noche ha sido puramente americana. Tras cenar en una hamburguesería de veinte metros cuadrados, con varios premios culinarios en la repisa, hemos acabado en un bar con sillones de cuero, una máquina para poner música (3 canciones por un dólar), y una mesa de billar. Tras la barra dos asiáticas con pinta de ir hasta arriba, de alcohol u otras cosas, y delante una extraña mezcla de gente joven, turistas despistados, y clientes habituales tipo bar de Moe.
A las doce hemos vuelto al hotel, donde un chino nos ha pedido quince taxis hasta que ha llegado uno en el que entráramos los cinco. Nuestro día de indigentes lo hemos acabado durmiendo unas horas en los mostradores de embarque, hasta que han abierto a las cuatro. En dos horas saldrá nuestro primer vuelo, y nuestra aventura estará cerca de su final.
Aquí acaba este blog. Han sido ts semanas de aventuras, en las que hemos compartido con vosotros kilómetros y kilómetros de carretera, anécdotas, aventuras y sorpresas. Como os podéis hacer idea, con tantas cosas por hacer, no siempre nos ha sido fácil continuar escribiendo a diario, sabíamos que os lo estabais pasando casi tan bien como nosotros. Nos vemos en Madrid, con las fotos y mucho tiempo por delante.
Kimbaleros en los States
sábado, 21 de agosto de 2010
viernes, 20 de agosto de 2010
San Francisco: frío, cuestas, buen rollo.
Nuestro hostal en la ciudad era un pequeño adelanto de lo que nos íbamos a encontrar. Un sitio céntrico, bien decorado, con gente agradable, en el que teníamos una habitación en un sexto con un ascensor de los años cuarenta, y que no hemos cogido demasiado. La habitación, suficiente, cuidada, tiene un radiador negro de metalque podría ser parte del decorado de una peli de gánster, una bañera con patas, y vistas a la ciudad, con una escalera de incendios en la ventana.
San Francisco es un sitio relativamente pequeño, que se puede recorrer en pocos días. Los mejores medios, y los que hemos usado, nuestras piernas, autobuses eléctricos, y unos tranvías que en realidad son funiculares, para subir las cuestas que esconde la ciudad. Es muy agradable pasear por sus calles, entre casas victorianas, muchos árboles, algún que otro jardín, y bares bastante a la moda. Agradable, hasta que llega la niebla, el frío y el viento, que es digno de mencionar. Desde el puerto vimos atardecer, con el Goldengate sumergido en nubes y un vendaval para salir volando. Fer se empeñó en que no era frío, sino brisa marina, y aguantó día y medio sin chaqueta, aunque estamos convencidos que lo hizo por cabezonería. Contagiada de esa locura, Julia decidió que era un buen día para bañarse en el Pacífico, o aunque no lo fuera, nuestra única oportunidad para hacerlo, y acabamos todos dentro para no parecer unos cobardes. El chino que nos hizo la foto puso cara de "estos están de la olla". Esa noche decidimos callejear para conocer las famosas cuestas, que también nos dejaron fuera de juego. Aún no comprendemos cómo los coches aparcados no se caen.
Por la mañana, pasamos el día en el Goldengate, que más que impresionante, es mítico. Lo que más merece la pena de este puente, son las vistas de la ciudad, y verlo desde lejos, con los pilares borrados por la niebla. También dedicamos un buen rato a buscar las fijaciones de Destro, hasta que tuvimos que abandonar, a falta de visitar una tienda fuera de la ciudad, que ya nos dio pereza.
Los jueves por la noche, en nuestro albergue, hay una fiestecilla para los huéspedes, y ofrecen vino y queso gratis. Allí nos presentamos con la idea de pasar un buen rato, y quizás probar algún buen vino de California. Finalmente el mejor que nos ofrecieron era Argentino, pero dio de sí. Llevábamos tiempo sin hablar con nadie en los bares, y hoy era el día. Elia, o como se diga, un ruso de Siberia, que estaba recorriendo América desde Alaska a la Patagonia trabajando en bares y hostales, y que quiere ser director de cine, fue nuestro Piticli. Fue un gran encuentro para HQT, que le mandará sus obras por Internet, y para alguien más que prefiere permanecer en el anonimato y de quien no contaremos más.
Hoy será nuestra ultima jornada en San Francisco, y en América. Nuestro vuelo sale a las 7 de la mañana, y nos dará tiempo para hacer compras, ver alguna cosa más, y pasar la noche en algún club de jazz, o lo que se tercie.
Por si no encontramos nueva conexión a Internet, llegaremos el domingo a las 9:30 de la mañana.
San Francisco es un sitio relativamente pequeño, que se puede recorrer en pocos días. Los mejores medios, y los que hemos usado, nuestras piernas, autobuses eléctricos, y unos tranvías que en realidad son funiculares, para subir las cuestas que esconde la ciudad. Es muy agradable pasear por sus calles, entre casas victorianas, muchos árboles, algún que otro jardín, y bares bastante a la moda. Agradable, hasta que llega la niebla, el frío y el viento, que es digno de mencionar. Desde el puerto vimos atardecer, con el Goldengate sumergido en nubes y un vendaval para salir volando. Fer se empeñó en que no era frío, sino brisa marina, y aguantó día y medio sin chaqueta, aunque estamos convencidos que lo hizo por cabezonería. Contagiada de esa locura, Julia decidió que era un buen día para bañarse en el Pacífico, o aunque no lo fuera, nuestra única oportunidad para hacerlo, y acabamos todos dentro para no parecer unos cobardes. El chino que nos hizo la foto puso cara de "estos están de la olla". Esa noche decidimos callejear para conocer las famosas cuestas, que también nos dejaron fuera de juego. Aún no comprendemos cómo los coches aparcados no se caen.
Por la mañana, pasamos el día en el Goldengate, que más que impresionante, es mítico. Lo que más merece la pena de este puente, son las vistas de la ciudad, y verlo desde lejos, con los pilares borrados por la niebla. También dedicamos un buen rato a buscar las fijaciones de Destro, hasta que tuvimos que abandonar, a falta de visitar una tienda fuera de la ciudad, que ya nos dio pereza.
Los jueves por la noche, en nuestro albergue, hay una fiestecilla para los huéspedes, y ofrecen vino y queso gratis. Allí nos presentamos con la idea de pasar un buen rato, y quizás probar algún buen vino de California. Finalmente el mejor que nos ofrecieron era Argentino, pero dio de sí. Llevábamos tiempo sin hablar con nadie en los bares, y hoy era el día. Elia, o como se diga, un ruso de Siberia, que estaba recorriendo América desde Alaska a la Patagonia trabajando en bares y hostales, y que quiere ser director de cine, fue nuestro Piticli. Fue un gran encuentro para HQT, que le mandará sus obras por Internet, y para alguien más que prefiere permanecer en el anonimato y de quien no contaremos más.
Hoy será nuestra ultima jornada en San Francisco, y en América. Nuestro vuelo sale a las 7 de la mañana, y nos dará tiempo para hacer compras, ver alguna cosa más, y pasar la noche en algún club de jazz, o lo que se tercie.
Por si no encontramos nueva conexión a Internet, llegaremos el domingo a las 9:30 de la mañana.
miércoles, 18 de agosto de 2010
Yosemite, el paraíso de los montañeros.
El viaje hasta Yosemite, el último de nuestros parques naturales, iba a ser más largo de lo pensado. Se encuentra situado en el interior de la cordillera que vimos ayer, High Mountain, y sólo se puede acceder desde el este por un puerto a más de 3.000 metros que permanece cerrado gran parte del año. Desde ahí hasta el valle aún teníamos más de dos horas. Realmente, aún no nos terminamos de acostumbrar a estas medidas, en las que un parque tiene el tamaño de León. Ya desde la entrada nos informaron que no quedan ni cabañas ni habitaciones libres para toda la semana, así que hemos cambiado nuestro plan sobre la marcha para pasar la tarde, y buscar un hostal de madrugada.
Desde la entrada, Yosemite es un espacio espectacular, en el que las montañas son enormes, cubiertas de pinos de altura ajustada al conjunto, y salpicadas de pequeños lagos de un azul muy intenso en los resquicios entre los cortados. Entre los picos el agua cae formando cascadas de tal altura que el agua no llega abajo, y se pulveriza en la caída. Verde, gris, rojo y azul contrastan unos con otros, en un paisaje que nos obliga a parar y salir del coche cada pocos minutos. No hay deporte de montaña que no se nos antoje como su sitio ideal: senderismo, pesca, mountain bike, escalada,...Los famosos Gran Capitán y Half Dome son paredes verticales de una altura que da vértigo.
No somos los únicos que hemos pensado en sus posibilidades, porque el parque está lleno, y la gran mayoría viene con tiendas y maletas, para quedarse varios días. A la hora de comer, en una terraza, los carteles nos avisan que seamos cuidadosos con los restos para no atraer a los osos. A tanto no hemos llegado, pero las ardillas, los cuervos y unos pájaros azules, sí se nos han acercado.
Tenemos escasas cuatro horas para recorrer casi cuatro mil kilómetros de senderos, así que hemos tenido que elegir. Un pequeño paseo lleva hasta la base de una de las cascadas. A pesar de que es una de las pequeñas, no debe tener más de cien metros, es enorme. Más arriba se encuentran las mayores de América, con 800 metros de caída, pero no hay tiempo; en otra ocasión.
Cogemos nuevamente el coche para subir a Glaciar Point, un mirador desde donde se divisa todo el valle. Los cortados son brutales, y se ueintuye dónde estuvo el glaciar, junto al Half Dome. El atardecer desde aquí es una imagen al nivel del resto del parque, pero el mirador está saturado de gente. Como dice Fran, no hemos conseguido simbiosis con la naturaleza. Pero este sí es un sitio para volver, y con tiempo.
Hasta el primer pueblo, tardamos aún casi tres horas. De este tramo os podemos contar poco porque nos hemos dedicado a dormir, excepto que en el camino se nos han cruzado varios animales, a los que ha faltado poco para atropellar. Nuestro alojamiento de hoy, digno de reseñar, un tienda de campaña encima de una losa de cemento, en un motel que regentaba una señora a la que llamamos familiarmente "la Comeniños".
Acabamos de llegar a San Francisco, nuestra última parada. Las primeras impresiones son buenas. Aquí acabará nuestra ruta, tras cruzar más de 3.000 millas, 4 zonas horarias, 11 estados, e incontables paisajes diferentes. Pero aún nos queda disfrutar de esta parada.
Desde la entrada, Yosemite es un espacio espectacular, en el que las montañas son enormes, cubiertas de pinos de altura ajustada al conjunto, y salpicadas de pequeños lagos de un azul muy intenso en los resquicios entre los cortados. Entre los picos el agua cae formando cascadas de tal altura que el agua no llega abajo, y se pulveriza en la caída. Verde, gris, rojo y azul contrastan unos con otros, en un paisaje que nos obliga a parar y salir del coche cada pocos minutos. No hay deporte de montaña que no se nos antoje como su sitio ideal: senderismo, pesca, mountain bike, escalada,...Los famosos Gran Capitán y Half Dome son paredes verticales de una altura que da vértigo.
No somos los únicos que hemos pensado en sus posibilidades, porque el parque está lleno, y la gran mayoría viene con tiendas y maletas, para quedarse varios días. A la hora de comer, en una terraza, los carteles nos avisan que seamos cuidadosos con los restos para no atraer a los osos. A tanto no hemos llegado, pero las ardillas, los cuervos y unos pájaros azules, sí se nos han acercado.
Tenemos escasas cuatro horas para recorrer casi cuatro mil kilómetros de senderos, así que hemos tenido que elegir. Un pequeño paseo lleva hasta la base de una de las cascadas. A pesar de que es una de las pequeñas, no debe tener más de cien metros, es enorme. Más arriba se encuentran las mayores de América, con 800 metros de caída, pero no hay tiempo; en otra ocasión.
Cogemos nuevamente el coche para subir a Glaciar Point, un mirador desde donde se divisa todo el valle. Los cortados son brutales, y se ueintuye dónde estuvo el glaciar, junto al Half Dome. El atardecer desde aquí es una imagen al nivel del resto del parque, pero el mirador está saturado de gente. Como dice Fran, no hemos conseguido simbiosis con la naturaleza. Pero este sí es un sitio para volver, y con tiempo.
Hasta el primer pueblo, tardamos aún casi tres horas. De este tramo os podemos contar poco porque nos hemos dedicado a dormir, excepto que en el camino se nos han cruzado varios animales, a los que ha faltado poco para atropellar. Nuestro alojamiento de hoy, digno de reseñar, un tienda de campaña encima de una losa de cemento, en un motel que regentaba una señora a la que llamamos familiarmente "la Comeniños".
Acabamos de llegar a San Francisco, nuestra última parada. Las primeras impresiones son buenas. Aquí acabará nuestra ruta, tras cruzar más de 3.000 millas, 4 zonas horarias, 11 estados, e incontables paisajes diferentes. Pero aún nos queda disfrutar de esta parada.
martes, 17 de agosto de 2010
Después de Sin City...el infierno.
Salimos de nuestra pirámide a primera hora, en busca de nuevos entornos naturales. Por el camino, encontramos las famosas capillas de Las Vegas, en las que diariamente se casas 1.000 Elvis, 800 Marilyn y 25 capitán Spok. Fue la última oportunidad para Julia y Destro, pero con lo ganado en la ruleta no nos daba para pagar el banquete.
Hemos parado a dormir en Lone Pine, un pueblo de madera, con un Saloon de puertas abatibles, de camino a Yosemite. Dado que hoy desde el desayuno no hemos tomado más que un granizado de limón, hemos huido de la comida rápida y cenamos en un restaurante un buen filete americano con un vino de California. Ser español es un problema, porque uno lo compara todo con la carne de Segovia y el vino de Rioja, pero nos sentó muy bien. La noche la acabamos en el saloon, con una cerveza local, jugando al billar y a una especie de petanca de mesa.
Hoy entraremos en Yosemite, el paraíso de los escaladores en América. Dormiremos allí antes de salir hacia San Francisco. Hemos leído en la guía que la mayoría de las cabañas no tienen luz ni teléfono, así que imaginamos que wi-fi tampoco. ¡ya os contaremos a la salida!
Según nos acercamos a California, estado al que entraremos a través de Death Valley, el termómetro del coche comienza a mostrar valores que se antojan peligrosos. Al llegar, el famoso valle del que muchos buscadores de oro no regresaron, no recibió con todo su esplendor. Un terreno inhóspito, en el que sólo se oyen los motores de los pocos coches que se atreven a atravesarlo. Fuera, no hay animales (excepto, al parecer, caracoles), no hay habitantes, y los visitantes no tienen fuerzas para hablar. Nada más llegar al valle está Zabrinsky Point, un mirador donde casi todos nos atrevemos a tomar alguna foto y hacer algún comentario como "pues no hace tanto calor". Total, 43ºC no son nada que no haga un verano en Madrid. Los miradores tienen nombres evocadores de lo que uno va a ver como El Infierno de Dante.
Unas pocas millas más allá la mitad de los coches prefieren no seguir adelante. Hace tanto calor, que los carteles recomiendan apagar el aire acondicionado a cada rato para no recalentar el motor. Entre montañas de colores ocres y verdosos, llegamos a Badwater, una salina que es el punto más bajo de USA, a 85 metros bajo el nivel del mar, y en el que se alcanzan temperaturas más altas. El paseo por aquí es lo más parecido a andar por otro planeta, pero los ¡¡50ºC!! no nos dejaron estar fuera del coche más de veinte minutos. El resto del camino hasta salir del parque nos llevó toda la tarde. No entendemos cómo alguien pudo cruzar esto alguna vez a caballo, porque era "un atajo" para llegar a California. La carretera es muy divertida con muchas curvas entre las rocas, subidas de -100 pies a 4.500 en 5 millas y vuelta a bajar, y la gran atracción: no sabemos lo que significa, pero tras los carteles de DIP, venían caídas y subidas propias de un parque de atracciones. Entre bache y bache, nos cruzamos con un lobo, que no sabemos de qué se alimentará.
Hemos salido ya de Death Valley, y hemos descubierto por qué en los mapas no hay vías de entrada desde el este en Secuoya Park, donde se encuentran los árboles más altos del planeta, a pocos kilómetros del infierno. Entre el parque y nosotros hay una cordillera infranqueable que no conocemos, lo bastante alta como para ver neveros en lo alto.Hemos parado a dormir en Lone Pine, un pueblo de madera, con un Saloon de puertas abatibles, de camino a Yosemite. Dado que hoy desde el desayuno no hemos tomado más que un granizado de limón, hemos huido de la comida rápida y cenamos en un restaurante un buen filete americano con un vino de California. Ser español es un problema, porque uno lo compara todo con la carne de Segovia y el vino de Rioja, pero nos sentó muy bien. La noche la acabamos en el saloon, con una cerveza local, jugando al billar y a una especie de petanca de mesa.
Hoy entraremos en Yosemite, el paraíso de los escaladores en América. Dormiremos allí antes de salir hacia San Francisco. Hemos leído en la guía que la mayoría de las cabañas no tienen luz ni teléfono, así que imaginamos que wi-fi tampoco. ¡ya os contaremos a la salida!
lunes, 16 de agosto de 2010
¡Hagan juego!
Llegamos a Las Vegas casi de madrugada, tras atravesar en coche la famosa presa Huber. Desde bastante antes comenzamos a ver la luz detrás de las montañas, hasta que, una vez superadas, nos encontramos con una bombilla de 10 km de diámetro. La carretera de entrada, a pesar de ser tan tarde, estaba bastante saturada. A la entrada en la ciudad, nos encontramos con una difícil decisión: ¿dónde dormir?¿En un castillo, una pirámide, un circo, París, Roma o New York? Finalmente nos decidimos por sentirnos faraones durante dos días y alojarnos en un recinto con pirámide, esfinge, templo y jeroglíficos en el ascensor: el Luxor.
De nuevo en marcha. La Nv-160 nos lleva hacia Death Valley, un enorme valle entre el desierto y el desierto, en el que hace aún más calor y hay menos agua. Las guías recomiendan llevar agua de sobra en el coche, y no adentrarse sin aire acondicionado. Al parecer, se puede cocinar un huevo sobre el capó del coche, pero no hemos comprado ninguno para hacer la prueba. Según nos acercamos a las montañas, la vegetación se va haciendo más escasa, y el termómetro del coche sube de 94º a 102ºF. Y aún nos quedan 40 millas hasta llegar.
Dentro de cada hotel, un casino. Y en torno a las mesas de ruleta y black jack, se agolpa una extraña mezcla de turistas con pinta de turistas, ludópatas, familias enteras con niños pequeños, prostitutas, jóvenes de 21años celebrando su mayoría de edad, y asiáticos que aparentan más trabajar con la estadística que dejarse llevar por el azar. ¡Bienvenidos a Las Vegas, donde todo es posible! Como no podía ser de otra manera, nos unimos a la fiesta, y tras tomarnos un granizado de cubata del tamaño de un florero, nos acercamos a la ruleta a probar nuestra suerte. La verdad es que no nos fue del todo mal, y más que menos, nadie perdió entre las dos noches más de lo razonable. Algunos afortunados, de hecho, hicieron caja plantándose a tiempo tras una buena racha. Fer utilizó las ganancias para comprar un auténtico juego de Poker de Las Vegas, que habrá que estrenar en una próxima timba, y a Destro quizás sus fijaciones le salgan gratis. A pesar de ser su cumple, Fran no sacó más premio que una estupenda camiseta de etiqueta, y una tragaperras portátil, con la que abrir un casino a Abraham.
Una piscina bajo un sol propio del desierto que nos rodea, y una visita a los hoteles míticos como Bellagio, en el que volvimos a probar suerte al Black Jack, completaron una estupenda jornada d descanso en mitad de nuestra ruta. Las sensaciones que nos llevamos son variadas; quizás sea un lugar inexcusable en un viaje como este, pero no tenemos mucha intención de volver nunca más.De nuevo en marcha. La Nv-160 nos lleva hacia Death Valley, un enorme valle entre el desierto y el desierto, en el que hace aún más calor y hay menos agua. Las guías recomiendan llevar agua de sobra en el coche, y no adentrarse sin aire acondicionado. Al parecer, se puede cocinar un huevo sobre el capó del coche, pero no hemos comprado ninguno para hacer la prueba. Según nos acercamos a las montañas, la vegetación se va haciendo más escasa, y el termómetro del coche sube de 94º a 102ºF. Y aún nos quedan 40 millas hasta llegar.
Bigger and bigger
Hicimos noche en Mexican Hat, pueblo en el que efectivamente había polvo en las calles, un río que formaba un cañón, y probablemente rastrojos rodantes. No Vacancy en los moteles, sólo quedaba libre una casa entera por la que nos pedían bastante más de lo que estamos acostumbrados a pagar. La alternativa era conducir al menos otros 100 km hasta el pueblo más cercano, sin la seguridad de encontrar nada, así que dimos buena cuenta de su Jacuzzi y su terracita con vistas al río.
Nuestra primera parada, Monument Valley, un parque natural en el interior de una reserva de indios Navajos. El paisaje, lunar, es un desafío para la descripción. Una llanura casi desértica, que se pierde en el horizonte, cubierta de arena, y salpicado de piedras enormes, de paredes verticales y lisas, y formas cilíndricas, cónicas o directamente no definibles, en distintos tonos de naranja. En nuestra imaginación estos lugares sólo podían ser de cartonpiedra, y refugio de forajidos que acaban de robar un banco revolver en mano.
El circuito entre las dunas y las rocas, ha sido una buena oportunidad para comprobar que tenemos un buen coche. Aunque nos ha dado nuestro primer susto. Tras bajarnos a hacer unas fotos, no arrancaba...todo parecía apuntar a la batería (y con razón: puertas, maletero, enchufe, aire, música, navegador, marchas...). El taller más cercano podría estar a 200 millas, y el garaje de Hertz, en Las Vegas. Tras diez minutos de tensión, y al darnos cuenta que teníamos mal puesta la palanca de cambios, ha arrancado sin problemas. ¡En marcha!
Siguiente destino, Grand Canyon. Entre medias, 2 horas de carretera desértica a ambos lados y saturada de coches de alquiler, la mitad de los cuales son nuestro mismo modelo, y también de color blanco. Sorpresa a la entrada, hoy es gratis.
¿Cómo describir El Cañón? Quizá, lo más fácil sea comenzar por los datos. Ha sido labrado en el desierto durante milenios por un río caudaloso como es el Colorado, que cruza varios estados, formando otros cañones menores. El Gran Cañón tiene varios cientos de kilómetros de largo, 16 de anchura y más de uno de profundidad. Quizás los datos no os transmitan su tamaño lo bastante bien. Pensad en Madrid. Entero. Ese es el tamaño del agujero.
Llegamos a Seligman al atardecer, y encontramos un pueblo sepultado en recuerdos de la ruta. Detrás de un restaurante en el que anuncian "Cheeseburguer con cheese", están los protagonistas de Coches, observando la carretera mientras disfrutan de gasolina sin plomo por galones. A las 8 ha anochecido, y aún nos quedan más de 200 millas para llegar. Hoy no pararemos, llegaremos a Las Vegas a la hora que sea. Y la ciudad nos agradecerá el esfuerzo brillando en el desierto.
Nuestra primera parada, Monument Valley, un parque natural en el interior de una reserva de indios Navajos. El paisaje, lunar, es un desafío para la descripción. Una llanura casi desértica, que se pierde en el horizonte, cubierta de arena, y salpicado de piedras enormes, de paredes verticales y lisas, y formas cilíndricas, cónicas o directamente no definibles, en distintos tonos de naranja. En nuestra imaginación estos lugares sólo podían ser de cartonpiedra, y refugio de forajidos que acaban de robar un banco revolver en mano.
El circuito entre las dunas y las rocas, ha sido una buena oportunidad para comprobar que tenemos un buen coche. Aunque nos ha dado nuestro primer susto. Tras bajarnos a hacer unas fotos, no arrancaba...todo parecía apuntar a la batería (y con razón: puertas, maletero, enchufe, aire, música, navegador, marchas...). El taller más cercano podría estar a 200 millas, y el garaje de Hertz, en Las Vegas. Tras diez minutos de tensión, y al darnos cuenta que teníamos mal puesta la palanca de cambios, ha arrancado sin problemas. ¡En marcha!
Siguiente destino, Grand Canyon. Entre medias, 2 horas de carretera desértica a ambos lados y saturada de coches de alquiler, la mitad de los cuales son nuestro mismo modelo, y también de color blanco. Sorpresa a la entrada, hoy es gratis.
¿Cómo describir El Cañón? Quizá, lo más fácil sea comenzar por los datos. Ha sido labrado en el desierto durante milenios por un río caudaloso como es el Colorado, que cruza varios estados, formando otros cañones menores. El Gran Cañón tiene varios cientos de kilómetros de largo, 16 de anchura y más de uno de profundidad. Quizás los datos no os transmitan su tamaño lo bastante bien. Pensad en Madrid. Entero. Ese es el tamaño del agujero.
Su recorrido está salpicado de miradores, en los que las barandillas son un accidente, y en gran parte el borde está al natural. Al acercarse a las rocas que lo bordean, es difícil sentir no sentir una mezcla de vértigo y admiración. El límite opuesto se borra en la lejanía, y en su interior se ven grandes cañones que se entrecruzan formando un paisaje que hipnotiza. Inicialmente no es fácil hacerse idea de la profundidad ni del tamaño, ante la ausencia de referencias tanto en el entorno como en la memoria. Tras permanecer un rato que ronda los veinte minutos mirando, nos empezamos a hacer idea de la magnitud. Realmente es más de lo que nos pudieran haber contado, y de lo que nuestras cabezas pudieron imaginar. Ni las fotos reflejan la realidad, ni nos sentimos capaces de transmitiros con palabras el estado que produce contemplarla, así que haremos una excepción: no entraremos en detalles, y nos conformaremos con preguntaros....¿dónde está el cañón en esta foto?
Había muchas cosas que ver hoy, y muchos kilómetros como para detenernos. Cuando hemos parado a comer, ya no era hora ni en Colorado ni en Nevada (de Arizona no hablamos, porque aún no se han puesto de acuerdo para escoger su huso). A las 18, ó a las 17, hemos pedido un menú en nuestro primer McDonald (parece mentira).
Nos quedaba aún más de la mitad del día por recorrer, porque queremos bajar hasta Seligman para recuperar la Ruta 66 hasta Las Vegas. A veces uno quiere hacer más cosas de las que físicamente son posibles, pero hoy jugamos con ventaja: tenemos un día de 25 horas. Y vamos hacia una ciudad que duerme a partir de las 9 de la mañana.Llegamos a Seligman al atardecer, y encontramos un pueblo sepultado en recuerdos de la ruta. Detrás de un restaurante en el que anuncian "Cheeseburguer con cheese", están los protagonistas de Coches, observando la carretera mientras disfrutan de gasolina sin plomo por galones. A las 8 ha anochecido, y aún nos quedan más de 200 millas para llegar. Hoy no pararemos, llegaremos a Las Vegas a la hora que sea. Y la ciudad nos agradecerá el esfuerzo brillando en el desierto.
viernes, 13 de agosto de 2010
Welcome to the far far West!
Finalmente hicimos noche en Montrose. Con nuestra habitual suerte con las ciudades pequeñas, nos encontramos con un pueblo de rancheros que durante el verano hace fiestas en la calle todos los jueves...música country, mercadillos, hot dog + coke por 10 centavos, y nuestra ya habitual conversación con los autóctonos.
De vuelta en la ciudad, y siguiendo con nuestra suerte local, los viernes hay mercado de los granjeros locales. Hemos comido verduras a la plancha, mientras un guitarrista nos tocaba Simon and Garfunkel, y Destro buscaba fijaciones para su tabla de snow. No las ha encontrado, pero tenemos la dirección de una tienda en San Francisco. Aquí los hombres visten sombrero de ala ancha, de cuero o de paja, y Fer no ha podido resistir a la tentación de hacerse con uno de ellos...en el coche ya tenemos un vaquero y un hincha de los Yanquees...¿quién será el siguiente?
Seguimos por carretera hasta Cortez, entre pinares de una densidad y extensión que hipnotiza. Junto a la carretera corre un río. Por el camino hemos encontrado ranchos y pequeños pueblos que parecen sacados de una película de vaqueros. Incluso una señal nos indica que tengamos cuidado con los cow-boys a caballo. Poco a poco dejamos atrás las Montañas Rocosas, y nos acercamos a las llanuras.
A media tarde hemos llegado a Mesa Verde. Una gran meseta, muy elevada sobre el resto de la llanura, sobre la que habitaron hasta hace un milenio los indios Anasazi. Una civilización enigmática que desarrolló una gran cultura durante siglos, y cuando llegó a su esplendor, construyendo edificios de hasta cuatro plantas, desapareció sin dejar huella. Nadie supo nada de ellos hasta que unos rancheros encontraron las ruinas hace un siglo. Las construcciones son muy curiosas, edificios de ladrillo enterrados en la roca, y salas ceremoniales enterradas en el suelo. Desde la meseta se ven espectaculares vistas de la llanura, cubierta por árboles dispersos y rocas enormes. El sombrero de piticli está siendo un elemento clave en las fotos.
De vuelta a la carretera toca reajustar planes. Hoy nos queda por ver Monument Valley antes de llegar mañana al Gran Cañón, pero son las 7 y nos quedan más de dos horas de viaje hasta allí. Mientras decidimos buscar alojamiento de camino, despertarnos amaneciendo, y ver todo mañana, el paisaje ha cambiado bruscamente. El desierto de Arizona está cerca. La altura se ha reducido a 1.500 metros y hace más calor aunque sea más tarde. No se ven casas, no se ven árboles, no se ve nada excepto desierto, grandes mesetas, y algo de hierba seca. Las rectas se pierden en el horizonte, y somos el único coche durante al menos media hora. Fuimos previsores, y tenemos el depósito lleno. Atardece en el desierto cuando nos queda al menos una hora de trayecto. Quizá hoy dormiremos en un motel en el primer piso de un saloon, en un pueblo con arena en las calles y arbustos rodando sobre ellas.
En esta ocasión fue un mexicano el que el dio feeling a Fran, que llevaba 5 años trabajando aquí, y que nos abrió los ojos sobre la calidad de vida en América. "Esto es el imperio, como fue Roma, Turquía o España", nos dijo, "aquí todo es barato porque van al resto del mundo y lo cogen. Al que no le gusta, se lo chingan". Además de eso, nos contó cómo estaba ahorrando en cinco años suficiente dinero como para vivir el resto de su vida en Mexico, y nos recomendó una ciudad, Tilluride, que nos pillaba de camino, y donde no habíamos pensado parar.
El estilo de vida de la gente nos sorprende, y son muchas las situaciones que nos parecen sacadas de una película. Sin embargo, muchas de esas cosas son serias para ellos: marines, cow-boys, amish... Para evitar comentarios fuera de lugar, hemos decidido sustituir todas esas palabras por "piticli". En ocasiones no funciona del todo, como cuando en Nappanee, Fran, al presentarnos a su amigo amish, dijo: "He is Curtis, el fue piticli". Curtis puso cara de gato encerrado...Bueno, pues en Montrose hemos visto piticlis de tipo marine y de tipo cow-boy, conversando juntos con una cerveza, mientras escuchábamos una jam sesión de country.
Hemos decidido abandonar las orientaciones de las guías y seguir las de los habitantes con los que hablamos. De esta manera, hemos conseguido huir de los circuitos saturados, y encontrar otros sitios bonitos, en los que todos los turistas que vemos son americanos. Siguiendo esta regla hicimos caso a Jesús, nuestro compadre mexicano, y paramos en Telluride. Es una pequeña ciudad al pie de las Rocosas, con encanto y sabor Far West, muy turística en invierno por sus pistas de esquí, y que ahora se mantiene relativamente viva por sus paisajes y el mountain bike. Se puede subir gratis al telesilla, que te sube hasta 3.200 m, y desde donde se pueden ver varios cuatromiles, y un valle espectacular. Un cartel explica cómo el paisaje se forjó a lo largo de millones de años por corrimientos tectónicos, volcanes, y por último un gran glaciar hace sólo 40.000 años. Parece increíble que las Rocosas hayan estado alguna vez sumergidas en el océano.De vuelta en la ciudad, y siguiendo con nuestra suerte local, los viernes hay mercado de los granjeros locales. Hemos comido verduras a la plancha, mientras un guitarrista nos tocaba Simon and Garfunkel, y Destro buscaba fijaciones para su tabla de snow. No las ha encontrado, pero tenemos la dirección de una tienda en San Francisco. Aquí los hombres visten sombrero de ala ancha, de cuero o de paja, y Fer no ha podido resistir a la tentación de hacerse con uno de ellos...en el coche ya tenemos un vaquero y un hincha de los Yanquees...¿quién será el siguiente?
Seguimos por carretera hasta Cortez, entre pinares de una densidad y extensión que hipnotiza. Junto a la carretera corre un río. Por el camino hemos encontrado ranchos y pequeños pueblos que parecen sacados de una película de vaqueros. Incluso una señal nos indica que tengamos cuidado con los cow-boys a caballo. Poco a poco dejamos atrás las Montañas Rocosas, y nos acercamos a las llanuras.
A media tarde hemos llegado a Mesa Verde. Una gran meseta, muy elevada sobre el resto de la llanura, sobre la que habitaron hasta hace un milenio los indios Anasazi. Una civilización enigmática que desarrolló una gran cultura durante siglos, y cuando llegó a su esplendor, construyendo edificios de hasta cuatro plantas, desapareció sin dejar huella. Nadie supo nada de ellos hasta que unos rancheros encontraron las ruinas hace un siglo. Las construcciones son muy curiosas, edificios de ladrillo enterrados en la roca, y salas ceremoniales enterradas en el suelo. Desde la meseta se ven espectaculares vistas de la llanura, cubierta por árboles dispersos y rocas enormes. El sombrero de piticli está siendo un elemento clave en las fotos.
De vuelta a la carretera toca reajustar planes. Hoy nos queda por ver Monument Valley antes de llegar mañana al Gran Cañón, pero son las 7 y nos quedan más de dos horas de viaje hasta allí. Mientras decidimos buscar alojamiento de camino, despertarnos amaneciendo, y ver todo mañana, el paisaje ha cambiado bruscamente. El desierto de Arizona está cerca. La altura se ha reducido a 1.500 metros y hace más calor aunque sea más tarde. No se ven casas, no se ven árboles, no se ve nada excepto desierto, grandes mesetas, y algo de hierba seca. Las rectas se pierden en el horizonte, y somos el único coche durante al menos media hora. Fuimos previsores, y tenemos el depósito lleno. Atardece en el desierto cuando nos queda al menos una hora de trayecto. Quizá hoy dormiremos en un motel en el primer piso de un saloon, en un pueblo con arena en las calles y arbustos rodando sobre ellas.
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