lunes, 16 de agosto de 2010

¡Hagan juego!

Llegamos a Las Vegas casi de madrugada, tras atravesar en coche la famosa presa Huber. Desde bastante antes comenzamos a ver la luz detrás de las montañas, hasta que, una vez superadas, nos encontramos con una bombilla de 10 km de diámetro. La carretera de entrada, a pesar de ser tan tarde, estaba bastante saturada. A la entrada en la ciudad, nos encontramos con una difícil decisión: ¿dónde dormir?¿En un castillo, una pirámide, un circo, París, Roma o New York? Finalmente nos decidimos por sentirnos faraones durante dos días y alojarnos en un recinto con pirámide, esfinge, templo y jeroglíficos en el ascensor: el Luxor.
Dentro de cada hotel, un casino. Y en torno a las mesas de ruleta y black jack, se agolpa una extraña mezcla de turistas con pinta de turistas, ludópatas, familias enteras con niños pequeños, prostitutas, jóvenes de 21años celebrando su mayoría de edad, y asiáticos que aparentan más trabajar con la estadística que dejarse llevar por el azar. ¡Bienvenidos a Las Vegas, donde todo es posible! Como no podía ser de otra manera, nos unimos a la fiesta, y tras tomarnos un granizado de cubata del tamaño de un florero, nos acercamos a la ruleta a probar nuestra suerte. La verdad es que no nos fue del todo mal, y más que menos, nadie perdió entre las dos noches más de lo razonable. Algunos afortunados, de hecho, hicieron caja plantándose a tiempo tras una buena racha. Fer utilizó las ganancias para comprar un auténtico juego de Poker de Las Vegas, que habrá que estrenar en una próxima timba, y a Destro quizás sus fijaciones le salgan gratis. A pesar de ser su cumple, Fran no sacó más premio que una estupenda camiseta de etiqueta, y una tragaperras portátil, con la que abrir un casino a Abraham.
Una piscina bajo un sol propio del desierto que nos rodea, y una visita a los hoteles míticos como Bellagio, en el que volvimos a probar suerte al Black Jack, completaron una estupenda jornada d descanso en mitad de nuestra ruta. Las sensaciones que nos llevamos son variadas; quizás sea un lugar inexcusable en un viaje como este, pero no tenemos mucha intención de volver nunca más.
De nuevo en marcha. La Nv-160 nos lleva hacia Death Valley, un enorme valle entre el desierto y el desierto, en el que hace aún más calor y hay menos agua. Las guías recomiendan llevar agua de sobra en el coche, y no adentrarse sin aire acondicionado. Al parecer, se puede cocinar un huevo sobre el capó del coche, pero no hemos comprado ninguno para hacer la prueba. Según nos acercamos a las montañas, la vegetación se va haciendo más escasa, y el termómetro del coche sube de 94º a 102ºF. Y aún nos quedan 40 millas hasta llegar.

1 comentario:

  1. dios!!!! ya estoy esperando la siguiente timbaaaa!!!!!! qué guay!!!!!!!!
    ahora en serio... os habéis casado??????
    bss!!!!!

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